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Creado en Viernes, 09 Marzo 2018 12:44
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Escrito por Joaquín Gómez
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LOUISIANA MADRILES JACK
Habían puesto precio a mi cabeza y aquel lugar me pareció seguro. Me escondería allí con mis secuaces hasta que los que me buscan se marcharan y posteriormente cabalgaría rumbo a la frontera. En este oficio los buenos sentimientos, a veces, están reñidos con la longevidad y esta vez, hacer uso de ellos me perjudicó. Decidí dar de comer a mis hombres a sabiendas que la cantina es el hogar de los pendencieros, el paraíso de los amantes del bourbon o del bacardí, el nido de los jugadores y, por ende, un lugar peligroso para un inocente. Mi nombre, Louisiana Madriles Jack, de profesión, tahúr.
Mi abuelo decía que no había que fiarse de un tipo con seudónimo de ciudad ni sentarse de espaldas a la entrada del saloon por lo que busqué cobijo en los fogones de aquella cocina. Acompañado de Joe Gasóleo Montana, mi fiel compañero, decidí dar de cenar a aquellos pobres desgraciados que de manera inconsciente habían decidido seguirme. Pedí a Cowboy Barbas y a Rotondas James, dos de mis más apreciados compinches que soltarán sus revólveres en la barra y me siguieran hasta el fregadero. Todo hombre ha de expiar sus culpas y allí podrían lavar sus manos, la conciencia por la sangre derramada y también, por qué no decirlo, su larga lista de pecados. Así que el único metal que tocarían durante un rato sería el acero inoxidable de las sartenes y de los grandes peroles.
La pianola es el termómetro que mide la crispación del saloon y la campana siempre dobla por los que tienen hambre. Al primer tañido se hizo el silencio y aquellos trece polvorientos muchachos se sentaron en la mesa que preside el gran tomate.
No saqué mi revólver por sorpresa, como es habitual en mí, sino una ensaladita de la huerta con rollitos de salmón rellenos de aguacate. Hay que desenfundar con cuidado el primer plato porque los estómagos se deben preparar para lo que venga después y el verde siempre sienta bien. De eso no hay duda.
Un buen pistolero cuando se apresta a disparar sabe que puede que haya iniciado el camino hacia la muerte y un buen cocinero con un gran entrante puede enfilar la senda de la gloria, así que lanzé sobre aquellas pobres criaturas unas flores de calabacín rellenas de salmón y queso Filadelfia. Y aunque yo soy más de navegar montando timbas en el barco de vapor de Saint Louis a Nueva Orleans, es decir sureño, he de reconocer que en las tierras altas del norte se pesca buen salmón y se come un queso cremoso peculiar.¡Qué bonitas las flores!
Una paleta para darle la vuelta a la carne es tan difícil de manejar como un Colt 45. Hay que actuar con rapidez y precisión para que tu entrecot de ternera rubia gallega no acabe ardiendo como los carruajes del séptimo de caballería en la batalla de Litle Big Horn. Nuestra especialidad es hacerla a la piedra porque en el salvaje Oeste hay veces que no tiene uno a mano el menaje adecuado. Y un buen tahúr tiene que adaptarse a todo. Algunos de mis hombres prefieren pasar por la piedra a una rubia pero que no sea ternera ni vaca. Lo de gallega, maña o valenciana les da igual.
No hay que apiadarse de ningún alma que no sea la tuya salvo que estés en los fogones y quieras premiar a tus muchachos por su fidelidad y lealtad. Ellos sí se merecen la copa de café bombón con nata que les voy a ofrecer.
Antes que los cazarrecompensas den con nosotros tomaremos un trago y cobraremos trece dólares a los comensales.No podrán quejarse porque pagarán menos dólares que cartuchos dispara un Winchester.
Aprendí desde pequeño a sacarle partido a la avaricia, a sonreír en la derrota y a ocultar una buena mano bajo la frialdad de un rostro impertérrito así que aquella partida de mus no sería ningún obstáculo para un hombre con mi experiencia.
Pero descubrieron mis naipes en la manga y, en estos casos, una Smith and Wesson es mejor que un farol.Cinco reyes son demasiados y no tuve más remedio que huir a golpe de herradura.
La noche es oscura. Sigiloso y atemorizado busco un cobijo y una esperanza. Siempre fui hábil para atravesar callejones sin salida y si no llega a ser por el crujido de aquel maldito escalón de madera la hubiese encontrado. Esta vez no me emplumarán ni me tirarán por la borda. Lo más probable es que el sepulturero trabaje esta noche…
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