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Creado en Lunes, 20 Mayo 2019 09:03
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Escrito por Joaquín Gómez
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EL CORONEL AURELIANO FURTIVO NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA
Hay un minuto en que se agota la siesta. Hasta la secreta, recóndita actividad de los insectos cesa en ese instante preciso; el curso de la naturaleza se detiene;la creación se tambalea al borde del caos y entonces los hombres se incorporan, babeando, con la flor de la almohada bordada, sofocados por las altas temperaturas y piensan: "Hoy es jueves en Macondo".
Y en Macondo después de la siesta nunca es demasiado tarde para nada. Y tú te estás muriendo de hambre y la dignidad no se come y a buena hambre no hay mal pan y te diriges en busca del coronel que este jueves cocina para sus amigos porque durante unos cuantos meses -desde la última vez que le tocó- el coronel no había hecho nada distinto que esperar su próximo turno.
Se hizo acompañar de Melquiades Gasóleo para dirigir las operaciones de campo y de Florentino Quijote Ariza y Santiago Madriles Nassar como asistentes.
Y como si fuese la crónica de una muerte anunciada cayeron en la freidora las ancas de unas pobres ranas, que encontró nuestro coronel en el lago Makro. Florentino Quijote Ariza las puso en unas bandejas blancas antes de llevarlas a la mesa. Aquella escena le recordó la primera vez que estuvo ante un pelotón de fusilamiento y quizás por ello sintió un poco de empatía con aquellos desgraciados anuros.
El coronel hizo de tripas corazón y susurró al oído de Melquiades Gasóleo: "¿Hasta cuando cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? Coja las habas enzapatás y dígale a Santiago Madriles Nassar que las emplate. Melquiades Gasóleo le respondió: "Toda la vida coronel, mientras estemos en Macondo, toda la vida."
Entonces vino a la mente del coronel una receta que aprendió en sus viajes por Sudamérica, la causa limeña, que es un plato típico de la cocina peruana cuyo ingrediente más característico es la papa amarilla. Y si de algo entiende el coronel es de coger unas buenas papas...
El día en que lo iban a matar el pez espada nadaba como cualquier otro día. No sabía que aquella mañana sería la última ni que terminaría siendo devorado por unos cuantos hambrientos comensales. Tampoco pudo imaginar que acabaría al lado de unas gambas untado por una pegajosa salsa blanca. Todos habían acudido al lugar donde estaba el muerto como si hoy fuera domingo y no era precisamente para velarlo.
Macondo puede estar en cualquier lado incluso en Boñar que es el pueblo de Don Sabas Lancha. Allí hay unos hojaldres que se llaman nicanores porque en Macondo ocurren cosas extraordinarias como que cinco generaciones de la familia de Nicanor Rodríguez hayan elaborado estos exquisitos hojaldres.
El coronel está cansado y, después de la copita de rigor, se marcha exhausto entre los escasos naranjos, destinados a resistir las circunstancias más arduas, que aún quedan por las calles de este pueblo y el río de aguas poco diáfanas que lo llevará al barrio donde siempre ha vivido.
Y un jueves cualquiera siempre habrá alguien en Macondo que pregunte: " Dime, ¿qué comemos?"
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